domingo, 6 de enero de 2019

Reyes Magos en Correo Mayor

 
Los ojos, coléricos; las orejas atentas; los labios temblorosos, de rabia, por haber sido separado de sus compañeros (imposible albergar en un solo estacionamiento a un caballo, un elefante y un camello, en esta ciudad saturada de compradores y visitantes); la cola latigueante; las patas, listas para descargar una coz a quien intente “revisar” el contenido de regalos que guarda en sus alforjas… el camello de Melchor se harta fácilmente en esta visita anual a la ciudad de México.

Este día, y algunos anteriores, las zonas de comercio tradicionales (la Merced, Candelaria, Tacuba, Tepito, los Reyes la Paz, Pantitlán, Agrícola Oriental, la Lagunilla, entre muchos otros; en cuanto a mercados, todos los tienen; muchos tianguis son instalados ex profeso en diversas áreas de la ciudad) se han llenado de juguetes, de todo tipo, así como de algunas mercaderías más: ropa, teléfonos celulares, ¡drones!, mochilas, visores de realidad virtual, etc.

Los precios, y las calidades, varían en estos lugares. La seguridad, también. Por eso los Reyes Magos no se separan, y visten lo más sobriamente posible, sin las joyas que normalmente lucen en su corte. Soportan los problemas de aglomeramiento humano, de intentos de venderles más caro por ser turistas, del predicamento de dónde dejar sus animales, de guardar seguros los regalos, que al elefante no le quiten sus colmillos de marfil; que el camello beba suficiente agua, y no el refresco de limón que le ofrece una señora compasiva pero despistada; deben aguantar las miradas inquisidoras de celosos guardianes del orden, que los sospechan quizás extranjeros ilegales; enseñados a fuerza de economía a regatear precios y cantidades, de sopesar juguetes y sus características ergonómicas, bélicas y hasta de valores; de comer con prisa en cualquier puesto de garnachas que garantice el mejor sazón y una mínima calidad higiénica, por no hablar de la lectura que se debió de hacer de tantas cartas llegadas por cualquier medio posible (en mis tiempos no había Wathsapp, y el globo mensajero que yo usaba ahora está prohibido, por meras cuestiones ecológicas).

Ya luego viene el reparto, siempre con premura (a veces no con tanta eficacia, e inclusive hay que soportar algún error de entrega de vez en cuando), realizado casa por casa, calle por calle, barrio por barrio. Ahí están los Reyes, desmontando y montando, cabalgando a media noche por pasos a desnivel, por ejes viales, por calles privadas, por ejes viales, por avenidas donde todavía se mueven personas de fiesta y visita en autobuses, metro y metrobús; los Reyes siguen descargando juguetes y regalos toda la noche, todo a hurtadillas, siempre en silencio (este día y sobre todo esa noche los oídos infantiles, aun estando dormidos, se mantienen atentos, suspicaces). Zapatos humildes, tenis de lujo, huaraches rotos, chanclitas; cualquier calzado es bueno para recibir regalos traídos con el corazón contento de los Reyes. El palacio brillantemente iluminado es igualmente visitado que los hospitales, que la casa de obrero, que el hospicio esperanzado, que el albergue provisional donde incluso los niños migrantes son encontrados, a pesar de no haber dado dirección y código postal actuales.

Y al día siguiente ¡qué alegría! Ya desde el despertar, ya sea por cuenta propia, ya sea porque los padres mismos los despiertan, ante los ruegos encarecidos de un día antes. Bajar de la cama, caminar despacio, aún medio dormidos, hasta los pies de la cama, hasta la sala de la casa, al jardín mismo, todavía cubierto por la noche. Ahí está el tesoro, deslumbrante y anhelado, que rivaliza con el entregado al Niño Jesús: el héroe de acción, articulado; el robot que se transforma en vehículo, y viceversa; la caja con galletas, con dulces; el video juego, sea portátil, sea suntuoso y con bocinas para vivir la acción como si fuera un cine; la ropa nueva; las pistas de autos; juegos de mesa, dinosaurios revividos de mandíbulas chasqueantes; los carritos, las muñecas con figuras estilizadas de modelos, los juegos de té, el inquietante bebé que abre y cierra los ojos, come, habla y hace pucheros…

Por la alegría infantil es que vale la pena sufrir el transportarse a hacer las compras, los aglomeramientos, los empujones, las carteras sangradas durante tantos días de los Reyes; por sus sonrisas y por verlos jugar con las cajas de cartón donde venían los juguetes, temporalmente hechos a un lado.
 
06-enero-2019

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