Estoy releyendo la novela Ensayo de un crimen, de Rodolfo Usigli
(Lecturas Mexicanas #39, segunda serie, SEP, México, D. F., 1986), y al tiempo
que me voy introduciendo en la psique torturada de Roberto de la Cruz, voy
comparando la ciudad de México que le tocó vivir como personaje, ciudad todavía
habitable a la que llegan en cada edición de los periódicos las noticias de la
Segunda Guerra Mundial que se desarrolla en Europa, comparada con la ciudad que
vivimos actualmente.
Esa fue una ciudad de México que se perdió
casi en su totalidad, tanto urbanística como socialmente. Cierto, no tenía los
grandes rascacielos de que hoy disfrutamos, ni los espectaculares museos, o las
supervialidades, ni el crecimiento exhorbitante que hoy día padecemos, pero era
una ciudad que permitía cruzar Paseo de la Reforma sin excesivos cuidados, que
dejaba disfrutar de un desayuno en los restaurantes y bares legendarios del Torino, El Patio, el Hotel
de la Selva y el Bar de Manolo;
cuando aún podía darse un paseo a pie por un centro de la ciudad sin sufrir por
los excesivos tumultos; una ciudad que podía dares el lujo de tener casinos
legales y clandestinos funcionando simultáneamente, además de una intensa y
variada vida nocturna, pero en la que el crimen, si bien no había desaparecido
(viejo sueño humano nunca cumplido), sí que era menos evidente, y los grandes
delitos no eran nota de todos los días.
Novela llevada a ritmo de vals (del vals El Príncipe Rojo, de Waldteufel), Ensayo
de un crimen dosifica con inteligencia el tortuoso desarrollo mental de Roberto
de la Cruz ("Un gran santo o un gran
criminal", según sus propias palabras), y es una opción válida para
sumergirnos en esa ciudad de México de fines de los años cuarentas, cuando aún
ignorábamos mucho del futuro que estaba por venir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario