domingo, 21 de abril de 2019

Parque Masayoshi Ohira


Un sendero de piedrecillas susurradoras nos van llevando, paso a paso, hasta un puente que se levanta airoso sobre un estanque donde Kois de color dorado nadan con languidez...


Un murmullo risueño nos conduce poco a poco hasta un lugar donde el agua cae en una coqueta cascada, que con su rumor nos hace alejarnos del ruido del mundo agitado de nuestros días, y adentrarnos en el silente espacio de la meditación, que es acompañado por el canto de las aves que habitan el los árboles.
Crucemos este estanque paso a paso, como si flotáramos sobre las aguas, haciendo un ejercicio de equilibrio y serenidad, como si la sabiduría profunda de Lejano Oriente reposara sobre nuestros hombros y nos iluminara con su luz interior...
¿Estamos acaso en Kioto, o acaso en Nagasaki? Nos hemos trasladado, en un sueño instantáneo, a las tierras místicas de Japón, a un monasterio donde el aroma del té envuelve a los cerezos que florecen al comenzar la primavera? ¿A un estanque donde a su orilla un poeta escribe haikús sobre blancas hojas de papel de arroz?


Pues no, estimados amigos de Homo Chilangus, no estamos en Tofukuji ni en Ninenzaka. Nos encontramos en el parque público Masayoshi Ohira, un parque inaugurado en el año de 1942, y que conserva en sus senderos, su estanque y sus monumentos, un aire japonés, donde la serenidad de sus carpas nos invita a hacer un alto en nuestra loca carrera chilanga, tras la chuletra diaria, y nos sugiere meditar en la tranquilidad y la serenidad que nos ofrece este oasis oriental en medio de nuestra urbe.
Si quieres visitar este hermoso y singular parque, no tienes que trasladarte en avión a ningún lado: basta con acercarte a él, a unos pasos de la estación del metro General Anaya, en dirección al centro de la ciudad, e internarte en sus senderos, que te recibirán con los brazos abiertos.